Por Esteban A. Torres Marte
El camino hacia la poesía y lo poético en Despierten las aves, no es un constitutivo marginal en Ana Isabel Saillant, sino su escenario por excelencia. En un tono semi-elegíaco, presta a la nueva encrucijada de la modernidad, su verso alienta representatividad y escrutinio.
A lo largo del trayecto y de la espesura del sentimiento (el afrontar los grandes obstáculos de la realización y de la alineación humana) una sonrisa de esperanza marca enjundiciosamente la línea de la armonía.
Con dominio omnisciente la poetisa clama por necesidad del tiempo:
“…Eso quiere mi piel, salir de lo abrumante
y entrar a lo sublime como arrebato de locura
y sonidos de festejos”. (‘Derroche’)
—Derroche
Hay un camino empedrado donde poeta y realidad no se conocen: la voz elabora la síntesis y arremete sobre el bramido del espíritu:
…La perplejidad de la inocencia,
cordura y codicia entrelazadas,
(…) El perfil de una flor llora
ante la mudez de una inocencia de pueblo
y un oscuro indolente”. (‘El Perfil de una Flor’)
La poetisa representa la vida en sentido darwiniano: sabe que el dolor es una selección de la especie, pero advierte sobre la inclemencia de un vecindario de absoluta nulidad:
“Tomar prestado un pedazo del tiempo,
Llegar a lugares donde debemos ser.
Dejar pasar lo que un día fue acaso lo mejor,
la vida, ese juego adjetivo y cómplice
de eventuales trayectos
que al final alguien toma y se va”. (‘Vida’)
Con un ímpetu sartreano asoma una alegoría de la libertad del Ser. Un escupitajo frente a lo que cercena la existencia. Frente a la sombra póstuma:
“(…)
Buscando la cercanía de un lenguaje
Que me ayude a descifrar
lo que hay dentro de mí.
Me distraen los símbolos, los paisajes ignorados.
Llegan a mí, luces fosforescentes,
me despiertan los tiempos triviales
en un lenguaje de alfabetos compartidos”. (‘Imágenes’)
La ofrenda bautismal en el entorno de la sonrisa, hace mella, y detrás de todo deterioro el Ave Fénix como símbolo de vida imperecedera, hace su presencia:
“(…)
Todas las criaturas desnudan sus instintos,
donde no existen los estatus ni los mercados,
un día lleno de pluralidad y sonrisas,
un día de fiesta en el universo,
y los equipajes cargan ilusiones
donde la mentira parezca falsedad”. (‘Día de ser’)
La poetisa traspasa el colorido de un recuerdo por lo que supone la conciencia objetiva del vivir. Se abre cual pétalos inocentes a la esencia de Demeter:
“(…)
¡Oh vuelo de pájaros!
Que acaricias el tiempo con tus alas
Cuántas veces te he soñado
Llevada por fronteras y mares perdidos
(…)
Quiero ser una ola del tiempo
y confundir tus andanzas”. (‘Vuelo’)
Un cántico concomitante permanece como transparencia de una praxis. Un eco profundo de sus orígenes y saberes: una matriz infinita:
“(…)
Siento la mirada perdida
que me eleva a lo sublime,
no soy material,
soy el sentimiento constante
(…)
No tengo pausas ni tiempo,
(…)
No tengo pausas ni tiempo,
(….).” (‘Hastío’)
Notable identificación de las utopías y del ajuste de cuentas. El impulso artístico se sabe ser-en-sí- misma; no se permite diluir su ego y estar absorta en la memoria perdida:
“(…)
Puedo ver la ciencia de tu cuerpo,
sal esquizofrenia,
a transmutar el delirio,
puedo ver la ciencia de tu cuerpo,
(…)
A desvelar los enigmas
(…)
Encuentra los volcanes del alma”. (‘Esquizofrenia’)
En su búsqueda y reafirmación de Ser la artista se encuentra en el punto certero de una geografía universal. Habitante planetaria equidistante de las múltiples órbitas mutantes. Como Albert Camus, su discurso abre entrepuertas:
“(…)
Un día cambiaste tus sueños
(…)
Y te convertiste en dadora de vida.
(…)
Pero luego te regresas a lo que escogiste ser.
Única en ti.
Canta con voz sonora
La canción de lo que un día quisiste ser”. (‘Gran pequeña’)
Persistencia en el límite del canto…, en el horizonte persuasivo del logos. Heidegger sobrevive al torrente del tiempo y de la angustia:
“He llorado sin llorar,
he visto el transcurrir,
he cambiado lo turbio con lo claro
No he podido con mis lágrimas
Si llorara, mi cuerpo desaparecía”. (‘Llorar’)
La poetisa abre los grandes arcanos de las ideas representativas: ve en claroscuro un desvivir, y asume protagonismo:
“(…)
Dos fuerzas se buscaron, resueltas de saber
Intensa y profundamente,
(…)
y a quien pertenecía y todo se transformó
en arrebato y ternura”. (‘Enigma’)
Un destino del ritmo acaece como fecundidad de la modernidad. Lo generacional aunque no-darwinismo es selección de la cultura y de la historia:
“(…)
Todo es acaso, nada perenne,
mi consciente ceguera
Me pide que oculte lo palpable
(…)
Recurro a un interrogante infinito”. (‘Nada’)
Todo ritmo es un dolor frente a la Página en Blanco…Vagina que se baña de tinta en el escenario del movimiento. Freud causa simetría y un éxtasis volcado en pasión de muerte que arrebata su cántico:
“(…)
¡Oh alegría!
Somos el temblor de la maraca
Somos pueblo: dialecto y un cielo de nostalgia,
somos la fiesta, la esencia y el azar”. (‘Carnaval’)
La Historia es la consecuencia del poder y del noble ejercicio del sueño. La pesadilla es el encuentro con una no tangencial realidad: la pesadilla como encuentro del destino o como grito de desmesura en la rebeldía de un tiempo lluvioso de lágrimas y convulsiones:
“(…)
entrar al vientre de la tierra
conocer la divina ciencia
de una conciencia callada,
dejar que mi sombra tenga una voz
y no dejar que un tiempo oscuro
silencie lo que ella quiere gritar
(…)
Bailar al compás de un sonido
de lluvia en tiempos de primavera”. (‘Sombras’)
Una arritmia en los escenarios (como lo expresa Anatole France en El jardín de Epicuro) ocurre en forma momentánea e intuitiva en el cántico del sagrario lúdico. La nada presenta su faz de splendor veritatis: el idilio encuentra un puente trágico e hiperbóreo:
“Llegaste en el primer vuelo paloma del tiempo
(…)
sintiendo tu cálido aliento y a la vez
soñando el día en que alzaría tus alas
lista para ir en busca de tus propios sueños
y realizar tus quehaceres de tiempo
(…)
¡Oh! Mariposa del tercer tiempo,
como me reflejo en ti cuando veo alojada
otra mariposa en tu costado
dándole a probar tu primaveral néctar
de sueños y algarabías”. (‘Entre Palomas y Mariposas’)
La escritora despierta de una lectura luctuosa a un presentimiento insólito frente a un escenario de vida y muerte: un encuentro con la sombra (al estilo de Carl J. Jung) se advierte. La escritura y el tótem frente al yo: frente a la montaña del existir (como en Maurice Blanchot: El Libro que vendrá). Una fatalidad en el idilio apremia su síntesis (Georges Bataille en la Experiencia Interior):
“(…)
Es el llamado de una ciencia impaciente
atrapada entre laberintos
de sueños encarnados.
(…)
donde la caña cubra los días
y cambie las noches oscuras
por un dulce despertar”. (‘Despierten las aves’)